‘La actriz’ (editorial Seix Barral) de Anne Enright: “Cuando una mujer lloraba, hasta hace muy poco, se la abo feteaba”

Una sutil reflexión sobre la fama

La novelista explora la vida de una actriz irlandesa que triunfa en Hollywood, narrada por su hija escritora

“Una estrella no tiene por qué saber actuar, sino hacernos temblar. Que Angelina Jolie o Cary Grant sean buenos actores es secundario”

"Las mujeres famosas cayendo en el hoyo son nuestro espacio sacrificial, no hay más que ver lo de Britney Spears, increíblemente salvaje, es horrible cómo destrozamos a esta gente”

La pelirroja Katherine O’Dell es uno de esos personajes que la literatura va a ir impregnando en la memoria de diversas generaciones de lectores. Actriz de éxito, irlandesa triunfante en Hollywood, madre soltera –bueno, casada con un galán gay por exigencias de la productora–, amiga de la intelectualidad dublinesa y neoyorquina, chispeante, narcisista, espléndidamente bella, con un confesor culto y atractivo, de mayor pierde la cabeza y le da, ay, por disparar contra el pie de un productor. ¿Qué ha pasado? Nos lo cuenta su hija Norah, escritora, en La actriz (Seix Barral), la última novela de Anne Enright (Dublín, 1962), quien respondió ayer la videollamada de este diario desde el sofá de su casa dublinesa, con planta al fondo ("el desorden queda fuera de la pantalla", bromea).

“Una sola idea produce un libro aburrido, y dos ideas te crean problemas interesantes –afirma, hablando de los orígenes de esta novela–. Quise acercarme al mundo de los actores en Irlanda y Hollywood, inicialmente a partir de la figura de la actriz Siobhán McKenna –fallecida, como mi personaje, en 1986– pero también de los inteletuales, a raíz de la escritora Maeve Brennan, firma habitual de The New Yorker, que acabó alcohólica”. Luego se le metieron cosas de otras intérpretes, como Maureen O’Hara o la difícil relación de Carrie Fisher -la princesa Leia de ‘Star wars’- con su madre Debbie Reynolds (de hecho, en la portada aparece Fisher, de niña, mirando entre bambalinas actuar a Reynolds en el escenario).

Enright misma fue actriz “durante unos segundos de mi vida”, bromea, aunque en realidad duró al menos un año, además de la etapa universitaria. “Hay algo autobiográfico: los sueños entre bastidores, las alas que te da actuar, la ampliación del paisaje…”.

“Una estrella no es lo mismo que una actriz –matiza–. O’Dell es ambas cosas. Hay estrellas fantásticas que no saben actuar, gente famosísima como Angelina Jolie, que no necesitan saber actuar, son otra cosa, una presencia física impresionante, que hace temblar a la gente con que se cruzan, además de otros factores, como su gestualidad, la mirada o la manera de hablar. ¿Cary Grant sabía actuar? Es secundario, lo importante es que su presencia creaba una atmósfera dulcísima en la que apetecía estar, tiene que ver con el misterio. Marlon Brando, por ejemplo, fue una estrella que intentó ser un actor de verdad”.

Los actores de aquellos años 60 y 70 aparecen viviendo en un planeta aparte, no en la conservadora Irlanda que pisan, como si llevaran en sus zapatos una embajada volante donde ‘la vida alegre’ estuviera permitida o hasta bien vista. “Tenían licencia para comportarse ‘mal’, eran los únicos que podían tener varias parejas. Entonces, existía una vida oficial y otra privada, muy separadas, y la privada no aparecía en la prensa, a diferencia de hoy en día”.

La relación madre-hija es el eje de la obra. “Ambas idealizan su relación. Eso hace que Norah no sienta rabia hacia su madre, a la que cuida aun de muy niña, encargándose de regular sus emociones, de darle ella seguridad a su madre”. Acaso por reacción, Norah acabará celebrando, con sus claroscuros, su relación monógama de larga duración. El libro va también de las mentiras que todos nos contamos en nuestra vida diaria, seamos actores profesionales o no.

También hay intriga: ¿por qué O’Dell dispara en el pie de un productor? “Pienso que Valerie Solanas disparó a Warhol por razones muy parecidas, que tienen que ver con la posesión”, responde la autora. Otra pregunta melodramática es: ¿quién es el padre de Norah?. “No quería una de esas historias de alguien buscando a su padre, eso es tan fuerte que se habría comido toda la novela, la madre no le da importancia, pero para Norah es difícil no crecer con una idea clara de su padre”.

Aunque seguimos la progresión de toda la carrera de O’Dell, desde que era una niña trotamundos por pequeños pueblecitos a las películas de Hollywood o, más tarde, obras de teatro intelectuales, la fama es el tema clave. “Las mujeres famosas cayendo en el hoyo conforman nuestro espacio sacrificial como sociedad, no hay más que ver hoy el caso de Britney Spears, es algo increíblemente salvaje, he buceado en webs de cotilleos, y es horrible cómo destrozamos a esta gente con absoluta crueldad”.

“Exploro también el narcisismo de los famosos –prosigue–, hasta dónde llega porque es algo que tiende a crecer hasta ocupar todo el espacio que se le deja disponible, y en el caso de los actores eso es mucho”.

El terrorismo del IRA dividirá a madre e hija. “En las pantallas queda muy bien la violencia sexual o la política, pero es porque se trata de ficciones. El movimiento #MeToo ha mostrado que debemos romper la fantasía de la violencia sexual, lo mismo sucede con el nacionalismo y la fantasía de su expresión mediante la violencia, hiriendo o suprimiendo los cuerpos de otras personas. Si quiero a la gente, no puedo querer violencia contra ellos. Norah lo tiene claro, pero su madre, como muchos artistas, coquetea con ambas violencias. Hay límites: matar gente es una línea roja”.

Madre e hija son víctimas de los depredadores sexuales. “Sorprende ver cómo el sexismo y la violencia eran considerados normales en los años 70. Ibas por la calle y te encontrabas muchas mujeres llorando, no se le daba ninguna importancia. Hasta hace muy poco, como deja clara la ficción, empezando por las películas, se las abofeteaba cuando lloraban, se ponían nerviosas o expresaban sus sentimientos”.

Entre los diversos secundarios de lujo, un cura jesuita, el padre Des, confesor de la actriz, quien le prescribe LSD y tal vez, tal vez, se acuesta con ella. “¡Existían los curas de actrices! En ese entorno social sofisticado neoyorquino sucedían cosas, incluso con ellos, se arrepentían y pedían perdón. Es intelectual, de clase alta, bello como una figura de cera, integrado en la comunidad artística, un lacaniano, moderno, con su propia visión de Dios”.

(Xavi Ayén, La Vanguardia, 06/07/21)